viernes, 10 de diciembre de 2010

¿Un teatro asocial? No se es asocial. Se llega a serlo Por: Eugenio Barba

La voluntad de ser “asocial” es a veces signo del más profundo empeño de cambiar. Es girar la cabeza en otra dirección, buscar qué es lo que pueda haber de distinto a esta sociedad que quieres rechazar. Lo que rechazas se convierte en aquello con que te orientas, el norte en el que fijas tu mirada a fin de alejarte.



Es la marcha de las emigraciones paralelas, siempre amenazadas, con frecuencia vencidas. Cada vez que te has fijado demasiado de los sueños, la realidad te reabsorbe. Pero si consigues alejarte, día tras día, paso a paso, con la mirada fija en lo que no quieres ser, sosteniéndote tu mismo y sosteniendo a tus compañeros, llega un día en el que descubres con sorpresa que lo “social” de donde te alejaste se interesa por ti. Descubre en ti la imagen de una vida diferente. Te estudia como el ejemplo de un pequeño grupo que, no obstante vivir en el corazón de una sociedad, sin desligarse de ella, construye su propia cultura: un organismo microscópico no destructor, portador de otras formas de socialidad.



¿Por qué tener miedo de las palabras? Convertirse en “asocial” es el intento de construir tu microscópica asocialidad, en la que pones concretamente a prueba la vida a la que aspiras, sin ligarte en una forma de emotividad, en el simentalismo vago de “todos semejantes”.



No es para construir una gran familia sino una pequeña sociedad para lo que tiene sentido estar aparte, escoger un trabajo “inútil” que, co el tiempo, destila resultados objetivos, coloreando las relaciones entre las personas, sus visiones del mundo, su comportamiento.



No puedes elegir ideas esperando que éstas te vayan a cambiar. Es necesario elegir condiciones de vida y de trabajo.



Debes ser “asocial” si quieres crear un ejemplo que contradiga la sociabilidad de la justicia.


Debes ser “asocial” si no quieres aceptar las reglas de un juego en el que debes llegar a serlo si quieres romper al menos una malla de la red y encontrar otro espacio en el exterior, otras relaciones.


Debes ser “asocial” si quieres transmitir tu presencia y tu acción a quienes el día de mañana podrán confrontarse con tus experiencias, a partir de tus huellas.


No debes reducir tu presencia al momento presente, a este lugar, a tus relaciones actuales, a las preguntas que hoy te plantean


¿Quizá por eso eres apolítico? ¿Qué es la política? ¿Acaso no es el arte de lo posible? Debes ser asocial para realizar tu posible.



Sería falso idealismo transformar la realidad de los grupos de teatro en un ideal de vida comunitaria. Estos grupos son más que nada el resultado de tensiones, de desadaptaciones, de una decisión, que a la larga, ha provocado una angustia y una sensación de sofocamiento.No son las islas de la utopia. Son los fragmentos de una sociedad fronteriza, los bordes deshilachados entre algo que es sociedad y algo que no lo es.Muchos se sienten, nos sentimos o nos hemos sentido, resbalar lentamente hacia una forma de apatía, de impotencia.El teatro es la roca a la que nos hemos agarrado y que, a pesar de todo, nos hace sociales.Desde el punto de vista de quienes poseen el dominio de la palabra podemos parecer mudos que se expresan mediante extraños signos, un lenguaje de imágenes casi privado.



Desde el punto de vista de los mudos, somos mudos que consiguen hablar. Constatando el malestar o la imposibilidad de integrarse a una vida inhumana, algunos hablan de la marginalidad de forma positiva. Hablan de su “locura” y la exaltan con algo a defender. Pero la marginalidad y la locura son precisamente lo que combatimos a fin de permanecer fieles a nuestras necesidades fundamentales, rehusando quedar reducidos a la impotencia y al silencio. No dejarse domesticar no significa refugiase en la marginalidad y en la locura. Esto significa no dejarse domesticar por la marginalidad o por la locura.

El teatro es derroche, pero también es una actividad socialmente aceptada. Aparentemente es improductivo, pero justifica un trabajo de grupo. Puedes proyectar en él tus sueños y tus obsesiones, pero dándoles cuerpo, llegando a los demás sin quedar en la superficie del idioma que tenéis en común. Es el medio para escapar a la razón de los domadores, para romper el círculo de la soledad. Respondiendo de este modo se responde a la verdad. Pero solamente a una cara de la verdad.







Texto extraído del libro: Las islas flotantes de Eugenio Barba. Paginas 136, 137, 138. Ed. Saga.

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